Se
anuncia por Facebook concierto de Will Spector y Los Fatus, junto a
Novedades Carminha en La Bóveda. En principio se me hace rara la
ubicación, pero movido por la curiosidad (¿habrán puesto un buen
equipo por fin los de La Bóveda?) y las expectativas de asistir como
siempre a un conciertazo de los Fatus me decido a acercarme al
Albergue de Zaragoza, en la calle Predicadores, en pleno corazón del
Gancho.
Llegamos
pronto (la Chenille y yo) y la prueba de sonido despeja las dudas.
No, el equipo sigue sonando fatal, insuficiente para una sala tan
grande y con tantas posibilidades como La Bóveda. Como de costumbre,
los propios músicos tienen que hacer de técnicos de sus propios
bolos.
Para
mi sorpresa me encuentro ya en la sala a parte de la fauna autóctona
de La Lata de Bombillas, que ha decidido esta vez salir de caza a
otros ecosistemas distintos al suyo habitual. Veo a algunos
garageros de pro e incluso a Rubén Grande Rock, que ha decidido
levantar la vista de sus libros de historia para acercarse a un
concierto. Bien, la noche pinta bien.
Pido
cervecita y me apalanco a una distancia prudencial del escenario, en
primera fila pero intentando no parecer un fan de pueblo, de esos que
se quedan embobados y como magnetizados por el grupo. Que se me vea,
coño, pero sin llamar la atención.
Empiezan
Los Fatus, arrolladores y sudorosos, y a pesar de que no se oye la
voz (el equipo insuficiente otra vez), su actitud delata que pueden
con todo y que no van a defraudar. Por suerte cuentan con unos
cuantos estribillos coreables a los que agarrarse de vez en cuando.
Por cierto, Los Fatus lucen bigote y entrecejo de pega, un exquisito
atuendo bien elegido que realza su apariencia.
Tras
un par de temas tiene lugar una exhibición pectoral de Guillermo,
que decide quitarse la camisa ante la mirada lujuriosa del
respetable, que se contiene ante el irresistible deseo de devorar
sexualmente al lider. Los guitarrazos de Charly remueven el techo de
la bóveda literalmente, de donde se desprenden pequeños fragmentos
de piedrecilla pulverizada que me caen en toda la coronilla. A mi
amigo Puche, que está a mi izquierda, le cae uno justo dentro de la
copa de cerveza. Nos desplazamos unos grados a la derecha para
ponernos a cubierto.
Los
Fatus piden voluntario para sustituir a su genial panderetista, que
esta vez está enfermo en la habitación del Albergue acusado de un
corte de digestión por aire acondicionado (es absolutamente cierto,
me lo aseguró él mismo más tarde). El cantante de Gran Sol, en su
incombustible baile, acepta la oferta y se sube al escenario, con más
entusiasmo que precisión rítmica.
A
Novedades Carminha no les tenía cogido el punto, pensaba que eran
otra modernez surgida al amparo de la etiqueta Galicia Bizarra, pero
desde luego dieron otro conciertazo tremendo con trallazos de apenas
tres minutos que hasta el público de Zaragoza, tan soso y poco
bailón, no tuvo más remedio que bailar, aunque sólo fuese por
educación y respeto al entregado combo gallego.
De
sus bocas se escapaban barbaridades jugosas que soltaban a un
trepidante e imparable ritmo, en un formato trío que sonaba
engrasadísimo y arrollador. Dentro de un repertorio tan efectivo
como monolítico, se agradeció que viraran ligeramente con algún
tema de corte surfero como Pesetas, todo un hit con aroma
clásico. Las lindezas con que presentaban los temas tampoco tenían
desperdicio. Además de la que da título a esta reseña, el cantante
y guitarra, ataviado con gorra de capitán jubilado y minúsculo
bigote (este sí de verdad, no como el de los Fatus) soltó unas
cuantas perlas más, con dedicación incluida a un chica a la que
tildó de “moderna pero antigua”. El bajista, contorsionando la
cabeza como un teleñeco, terminó rompiendo la tercera cuerda del
bajo y tocando el resto del bolo con tres cuerdas.
Por Chico Raro
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